sábado, 31 de julio de 2010

El mejor Maradona

Por Juan Manuel González Arzac

Quizás pocos imaginaban un instante analítico post Sudáfrica respecto a Diego y su futuro al frente de la Selección. Es que la imagen misma del 10 no permite alternativa más que la gloria o la condena, pues éramos campeones o hacíamos un papelón tremebundo. Pero como nada de eso ocurrió, ¿qué hacemos ahora?...
Es cierto que ese efecto hipnótico que irradia Diego a veces se torna en el árbol que tapa el bosque, pero igual trauma atañe la visión desde la otra vereda, lo que acaba por ocasionarun cúmulo de opiniones que oscilan entre lo real y lo fantástico, lo calificado y lo burdo, el respeto y el desprecio. Una intromisión de sentidos producto sólo del nombre del hombre en cuestión, por lo cual hay que adosarle los nocivos vestigios de un seleccionado nacional con un declive pronunciado y una generosa manifestación de complicaciones en todos sus guiños, inmersos en una sociedad exitista por naturaleza.
La magnitud del beneficio amerita un pausado estudio, con la menor injerencia sanguínea posible, a fines de concluir en una sentencia: ¿debe o no seguir Maradona?

POR NO. Este espacio prefiere partir desde la emergencia de lo que se vislumbra como una muestra negativa, y sólo porque es utópica la ilusión de la salida de Julio Grondona.
Pedirle a Diego que le afloje a la búsqueda de enemigos sería casi como pedirle que deje de decirle “te amo” a Dalmita. De todos modos, Argentina, como país, necesita de menor confrontación y de mayor unidad de criterios, y sobre eso debe colaborar tanto Maradona como el periodismo asesino y hostigador. Esa privación de choque permitirá evaluaciones criteriosas y resultados axiomáticos.
La parte futbolística del plan maradoniano le exige un principio, una norma sobre la cual instalarse para luego sustentar las bases esenciales de una identidad.
Así, la menor dependencia de la acción individual abreviará la incidencia del azar y clarificará el horizonte. Esto es sinónimo de trabajo. Y sólo lo es desde su intento, porque su representación alude excelencia.
Esos lineamientos demostraron seguir Alemania (trabajo) y España (excelencia) en Sudáfrica, y debieran ser conductas a imitar. Pero Diego no parece ser el referente de quienes aprenden de sus tropiezos, sino más bien lo es de quienes se revelan ante la adversidad. Justo cuando la Selección precisa un registro, una revisión, los consecuentes esbozos para el reencause o los tajantes nuevos métodos de renacimiento.
Argentina urge de un trabajo largoplacista, ya no sólo pensando en el próximo Mundial, para que cuatro años no marquen el cielo o el infierno sin otra pauta más que el resultado. Porque aquí se mide con esa injusta vara y desde aquel equipo finalista en el ‘86 y el ‘90, luego siguieron tres despidos en cuartos de final, un octavos y una primera fase, lo que indica, entonces, que Basile, Passarella, Bielsa, Pekerman y Maradona no sirven para nada, y en realidad la verdad del caso es que el equipo de Bilardo en Italia jugaba muy flojo, el del Coco en Estados Unidos fue de lo mejor que dio la historia del seleccionado, que el Loco Bielsa hizo un profundo trabajo como ningún otro, que Pekerman ofreció una identidad insospechada y que Diego rindió un examen dificilísimo y se llevó una muy buena nota.

POR SÍ. Esa última consideración es la que admite la continuidad de Maradona como entrenador.
La eliminación en Alemania 06 determinó el fin del ciclo de una generación de jugadores que vistieron la albiceleste por largos años. Y para rearmar una defensa, potenciar a Mascherano, hacerle un lugar a Messi y apuntalar al sucesor de Bati-Crespo; Grondona eligió al Coco Basile: un técnico de la vieja línea para afianzar a los pibes que surgieran siendo estandartes de una conducta ligada al estrellato. Y murieron todos estrellados.
Esa formación agarró Maradona, ese Rolls Royce lleno de tierra. Al cual intentó despolvar para verlo reluciente y sobre eso fue construyendo su propia filiación como entrenador.
Sí, es cierto que sus virtudes como técnico no lo llevaron hasta allí, y eso tampoco hay que olvidar para que el análisis no le haga un culto al diario del lunes. Como también hay que decir que Diego pisó suelo africano con muchísimos más errores que aciertos.
Pero no existe argumento alguno que permita ignorar que Sudáfrica nos devolvió la mejor versión de Maradona: vivaz, participativo, estable, optimista, lúcido, sensible, contestatario, maduro, sensato, rebelde, laborioso, perceptivo, intuitivo.
Sí, es cierto que falló en muchos de esos indicadores en el partido ante Alemania. Pero justamente un sólo cotejo no puede arrebatarle toda esa valía.
Ésta sería su segunda oportunidad, y pese a que este modesto periodista le ofrendaría todas las que él quisiese, Diego la merece por mérito propio.
De seguir, y con las correcciones que el caso reclame, Maradona tendrá el tiempo justo para darle forma a ese “juego que le gusta a la gente”, como él lanzó en su última conferencia de prensa, para que luego el tiempo dé su veredicto.

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