miércoles, 8 de septiembre de 2010
Merecido homenaje a un hombre inolvidable: Martín Suffern Quirno
Por Joaquín Sánchez
“... No fue simplemente una personalidad del rugby; sus enseñanzas y legado, superaron su propia muerte y sigue actualmente vivo en muchos que lo citan como referente, sello y cualidades que debe tener un hombre del rugby, dentro y fuera del campo de juego”, se puede leer en el proyecto de ordenanza que durante la semana, el Consejo Deliberante platense dictó, para que la calle 496, en el tramo comprendido entre el Camino Centenario y la calle 21 de Gonnet, la cual separa a La Plata Rugby Club y Universitario, lleve el nombre de Martín Suffern Quirno.
El proyecto fue ideado por el concejal José Ramón Artega, con el aval de La Plata R.C. ¿Quién fue Suffern Quirno, para los que no lo conocen? Aquí una breve biografía de un hombre de rugby, con valores que son resaltados aún hoy, a más de 10 años de su fallecimiento.
El Gordo Suffern nació en 1942 en Mar del Plata, y se acercó al rugby en la década del ´50 en Atalaya Polo Club (institución ya desaparecida, en donde jugó en la Primera Ernesto “Che” Guevara). Tras un breve lapso allí, en 1958, se suma a la Asociación Alumni, que no era lo que es hoy, y que cambiaría su vida. Se desempeñó como un rudo pilar en la Primera del club de Tortuguitas, en donde participó en una etapa trascendente del mismo, hasta 1966.
SU LLEGADA A LA PLATA. Un año más tarde, la vida lo depositaría en nuestra ciudad. Su padre -Guillermo- era el representante de los motores Perkins y lo envió a trabajar a una sucursal platense. Conoció y se casó con Elina Marta Centurión, y una vez aquí, se acercó a La Plata Rugby Club, y en esa misma temporada llegó a la Primera.
Pero no se conformó con ello, empezó a entrenar divisiones juveniles y la Reserva (hoy, la Intermedia). En el ´70, con sus jóvenes 28 años (la edad que está por cumplir su único hijo varón, Dimas, capitán de la Primera de los canarios), abandonó su trayectoria como jugador.
A partir de 1972, comenzó a colaborar con los entrenadores de Primera, que se desempeñaba en la segunda categoría del rugby argentino. Con ese equipo, los Canarios de Gonnet consiguieron el ascenso, y él se quedó al mando hasta 1976. Tras alternar en el puesto de coach, en 1979, obtuvo otro ascenso, con hombres que iban a marcar a fuego la historia del club amarillo: Gonzalo Albarracín, Carlos "Tacho" Pereyra, Jorge Santander, Ricardo Villareal, Raúl Barandiaran, y los hermanos Roán, entre otros.
Entre salidas y regresos a entrenar la Primera de un La Plata, pasó casi una década. En 1987, decidió colaborar con Universitario de La Plata., que estaba al borde del descenso. Martín tomó la conducción del equipo albinegro logrando el ascenso a Tercera ese mismo año. Tuvo a cargo a un gran jugador como Juan Damioli.
Tras ese cruce de calle, al año siguiente regresó a los Canarios. Junto a uno de sus tantos amigos, Nicha Albarracín, condujo al equipo al ascenso en 1989, con un grupo que luego daría un paso histórtico al conquistar el título de Buenos Aires en 1995. Allí estaban los tres hermanos Angaut y Manuele, Polilla García Munitis, Julito Brolese, Germán Llanes y Gabriel Domínguez, entre mucho otros.
Con el subcampeonato del ´91, se había cerrado una etapa en su vida, con la Primera. Entendió que de ahí en más, el papel más importante era el de la enseñanza. En 1993 comenzó a entrenar a los más chicos y logró, con la Menores de 19, dos campeonatos (1994 y 1996). En una edad determinante para la formación, su aporte fue imposible de valorar. Pasaron por sus manos jugadores como Pablo Sciarretta, José Pellicena, Esteban Durante, y Benjamín Tomaghelli, cuatro de una larga lista. También fue entrenador del seleccionado juvenil de la UBRA, y miembro de la CD de La Plata.
Quienes lo conocieron a fondo, hablan de un tipo sencillo, de caracter duro, comprometido íntegramente con el rugby. El mismo día que regresó de una gira europea con la Menores de 22, se fue físicamente. Pero su espíritu se mantiene vivo en cada rugbier canario, que generación tras generación mantiene su cariño a ese hombre que contagió su pasión por este deporte y que hoy puede, merecidamente, ponerle el nombre a una calle que une a dos clubes.
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